La tarde era desapacible en lo climatológico. Las buenas temperaturas de la semana habían dado paso a un frío casi invernal, y la lluvia amenazaba mientras se cargaban los instrumentos en el autocar estacionado frente a la academia. Todo un ritual de colocación de timbales, bombo, platos, y demás utensilios de la percusión, para dar paso posteriormente a la ubicación, de la mejor manera posible, del resto de instrumentos. Una vez colocados, y ya sin espacio, se decide subir el estandarte de la banda al interior.
El viaje hasta Tauste transcurre con normalidad, con los habituales comentarios y apuestas en cuanto al número de espectadores, el lugar del concierto, etc. Desde el interior del autocar da la sensación de que son numerosas las bajas para este concierto. Efectivamente, como después se pudo comprobar, únicamente 43 músicos formaron parte en esta ocasión, ya que por diversos motivos se contabilizaron hasta 17 bajas.
Una vez en Tauste, y tras algunas maniobras difíciles del autocar, se consigue descargar todo el instrumental y se colocan todos los componentes en el escenario. El lugar, el teatro de la Villa de Tauste, un entorno ideal para la música. Un teatro con platea y anfiteatro dotado de una gran sonoridad, con butacas cómodas para un público que se adivinaba iba a ser escaso.
Tras los consiguientes movimientos de sillas, confusiones y risas – ¡poneos en flecha por favor! grita el director desde el anfiteatro, la banda inicia el calentamiento y el ritual de afinación. Y allá en lo alto el director, al que apenas ven los músicos, grita una y otra vez que los saxofones fallan, que los tenores se oyen demasiado, que no hay armonía,…. lo habitual antes de cada concierto. Y mientras todo esto sucede, Faustino dispara sin parar su inseparable Nikon, para inmortalizar todos los momentos, mientras allá en el patio de butacas, solitarias como una isla en el océano, Reyes y María José, dos incondicionales, ríen a lágrima viva, mientras desde el escenario algunos se preguntan el por qué de ese ataque de risa. Y a todo esto, alguien que pregunta por el estandarte. ¡No! se ha quedado olvidado en el autocar. Ya es tarde. Se ha marchado. Lástima.
Finalmente la banda está a punto, los instrumentos afinados, los músicos con el uniforme oficial, incluida la americana a pesar del intenso calor y de las protestas de algunos, mientras el Real Zaragoza se dispone a iniciar uno de esos partidos suyos transcendentales. Y da comienzo el partido en Chapín. Y empieza el partido musical en Tauste, con poco más de una veintena de personas entre el público. Pocas pero muy interesadas en la Banda de Rivas y su historia, y dispuestas a disfrutar de una tarde musical agradable.
Tras la consabida presentación por parte del director, el movimiento de su batuta coincide con las primeras notas de la “Sinfonía del Nuevo Mundo” que llenan completamente el auditorio. Notas solemnes, duras al inicio, suavizadas más tarde, que le dan al concierto un aire ceremonioso, aún a pesar de que es el director el único miembro de la banda que aparece en escena sin americana.
Y mientras las notas fluyen de las campanas de los instrumentos, el público va aumentando en número. Poco a poco, silencioso, atento. No se oyó ni un solo rumor, ni una sola voz, durante toda la interpretación. Y la banda sigue su recorrido por el repertorio, mezclando intensas obras como “Superman” o “Piratas del Caribe” con dulces y tranquilizadoras melodías como “Time to say goodbye” o “Londonderry Air” con Pablo Rodrigo en pie en primera fila del escenario interpretando nuevamente un solo con su trombón. Y suenan los aplausos del público. Aplausos que tienen continuidad nuevamente tras el solo de Guillermo Lacampa con sus “Macarenas”, ese mambo que provoca movimientos acompasados al resto de la banda, mientras el saxo alto sostiene las notas a la espera de la señal del director.
A escasos minutos del final del partido, perdón, del concierto, se produce la fortuita lesión de uno de los clarinetes primeros y con mayor proyección de la banda. Sofía Lazcorreta sufre un pequeño desvanecimiento, consecuencia posiblemente del excesivo calor en el escenario. Afortunadamente una lesión sin importancia que no impedirá su presencia en la próxima cita de la banda en la procesión de Viernes Santo en Rivas.
Y así se llega al final del concierto, con la interpretación de “Soy de Aragón” aplaudida con ganas por el público que al final llegó a cubrir escasamente media entrada del aforo. La banda ha dejado una vez más un gran sabor de boca entre los asistentes. Lástima que en demasiadas ocasiones, por una u otra razón, el público no sea todo lo numeroso que se desea.
Y tras el concierto, con esa sensación del trabajo bien realizado, a recoger los instrumentos con celeridad y a disfrutar de los últimos momentos del intenso choque en Chapín, donde por fin, el Real Zaragoza consigue un triunfo agónico pero clave para sus aspiraciones. Tarde completa para algunos, que se denota en el ambiente que se respira en el autocar en el viaje de regreso a Rivas.
Ver imágenes del concierto
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jueves, 8 de octubre de 2009
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